Pintura de Juan Carlos Pérez Al cántara |
Fernando Villén
Aún conservo aquella imagen en mi
retina, querido hijo mío, en la que desde tu inocencia y pequeñez, ya palpitaba
en ti esa ilusión y ese anhelo por descubrir el misterio que se escondía bajo
el mundo de las benditas trabajaderas.
Y es que desde muy temprana edad,
ya intuías mi presencia bajo los faldones que cobijaban, al igual que hoy en
día, tantas y tantas almas que se disponían a pasear por Jerez la Gloria misma
reflejada en la humilde y noble mirada de Ntro. Padre Jesús del Consuelo cada
Domingo de Ramos, hasta tal punto, que en más de una ocasión te situaba junto a
mí para que fueras comprobando como late Dios entre promesas y llanto
contenido.
Y los años pasaban, a la par que
se acrecentaba en tu ser esa devoción por nuestros Sagrados Titulares, e ibas
madurando, casi sin darme cuenta, hasta tal punto de llegar a considerarte el
mejor amigo que jamás hubiera soñado. Tu abuelo Manolo se fue en busca de la
presencia del Padre, con la tranquilidad y la certeza de que me dejaba en las
mejores manos, en las tuyas y en las de tu hermana, ya que ambos os habéis
convertido de un tiempo a esta parte, en el resorte y el timón de mi vida.
Pero claro, este Domingo de
Ramos, y de una forma muy especial, ese cordón umbilical que nos une quedará
entrelazado, al igual que las morenas manos atadas de Aquel a quien llevarás
sobre tus hombros por vez primera, Aquel que es el faro y guía de nuestra
existencia, y al que le pido día a día deje caer sobre ti la lluvia de su
Consuelo y el abrigo del manto de la Misericordia de su Madre, Aquel que te
está llamando a los pulsos de tu corazón y de tu alma para que ocupes el sitio
que te corresponde, esa trabajadera que se empapara de esa ilusión renovada que
supiste tomar como esa herencia, que estoy seguro, también sabrás transmitir
con el paso de los años.
Mi querido Fernando, gracias por
todo, tú ya sabes por qué, y desde estas
humildes líneas recibe este beso lleno de amor desmedido de tu padre.