Lo del «día de la marmota» se está convirtiendo, más que en un clásico, en un tópico. El Martes Santo se ha saldado en blanco por tercer año consecutivo. Ninguna de las ocho hermandades decidió salir a la calle, las decisiones estaban claras.
Este Martes Santo ha sido una de las jornadas más tristes de las que se recuerdan, a las ocho de la tarde ya estaba el día para el arrastre, cuando el Dulce Nombre decidía, sin prórroga de por medio, suspender la estación de penitencia. Esta hermandad llevaba hasta el año pasado 49 años sin dejar de intentarlo al menos, y ahora, dos consecutivos sin abrir las puertas.
Si el Domingo de Ramos hubo incertidumbre durante toda la jornada y el Lunes Santo en las primeras horas, este Martes Santo no había dudas desde hacía algunos días. No hacía falta que gurús del tiempo vaticinaran un claro, una tregua.. pues iba a llover, eso estaba claro. De hecho, el Dulce Nombre manejaba un pronóstico del 95 por ciento de riesgo de lluvia a partir de las ocho, su hora de salida.
De esta forma, desde que el Cerro decidiera quedarse en casa, también sin prórroga, como un efecto dominó fueron cayendo las demás. San Esteban, que con la nueva junta de gobierno había especial ilusión, pero también sensatez… «Esta junta de gobierno os invita a acudir todo el año, a integraros en el día a día», preciosas palabras del hermano mayor, Antonio Burgos, que quiso aprovechar la oportunidad de lanzar un mensaje de unidad a todos los hermanos tras el periodo en el que la corporación estuvo gobernada por un Comisionado por divisiones internas. Sonaba «Amarguras» en el templo, no había mejor banda sonora para esta jornada.
Detrás de San Esteban, los Estudiantes, cuyos pasos fueron trasladados desde el Rectorado a la capilla en un clarito, siendo el único momento en el que se pudieron ver pasos en la calle… y de manera efímera. Luego, los Javieres, la hermandad donde iban a salir los niños del Proyecto Fraternitas, la del pregonero –que también se quedó dentro en la Amargura– y la de Maruja Vilches. En Sevilla, desde hace tres años, hay una hermandad gobernada por una mujer, pero aún no se ha podido estrenar en la calle.
En San Benito cundía el pesimismo, y la decisión la tenía muy clara el nuevo hermano mayor, José Luis Maestre. Un año más, Sevilla se quedaba sin contemplar a una de las cofradías que más expectación despiertan de toda la Semana Santa.
Llegaba el turno de la Candelaria. En San Nicolás nadie podía explicar con palabras el sentimiento de frustración tras el tercer año consecutivo sin salir, y el quinto en diez años que se veían privados de llegar a la Catedral. Una racha que nunca ha vivido esta hermandad en su historia. Tal vez por eso, y para transmitir todo el apoyo y ánimo a la junta de gobierno, cuando el hermano mayor, José María Cuadro, comunicaba con la voz rasgada la decisión, el aplauso fue rotundo. Este aplauso sí era necesario.
La luz se apagaba con la Candelaria, que aunque había pedido una hora de prórroga, no la agotó y comunicó la decisión de no salir. Un año más, dejaba huérfanos los Jardines de Murillo. El director espiritual se dirigía especialmente a los niños, aquellos que no recuerdan ver a su cofradía en la calle: «vamos a rezar, niños», les animaba.
Con esto, las decisiones de Santa Cruz y el Dulce Nombre sonaban a mero trámite. Sólo cabía esperar a la confirmación oficial, que llegó, en el caso de la primera, poco antes de las ocho y, a la hora octava se acababa este Martes Santo para olvidar en San Lorenzo, cuando el Comisionado del Dulce Nombre no arriesgó como en años atrás.
Antes del adiós a esta jornada, muchos sevillanos provecharon para ver a las cofradías en sus iglesias, pero sobre todo, para ir a cumplir con el Señor del Gran Poder, en su besamanos. La cola no tenía fin, como parece no tener fin este cielo encapotado que quiere descargar cada día de la Semana Santa. Y van tres años seguidos.