Tienen unos bordados, nada más y
nada menos, que de Juan Manuel Rodríguez Ojeda, poseen una túnica para el
Señor– ellos la llaman túnico – que es una maravilla del mejor bordado que ha
existido; la iconografía de su paso de Cristo es única, con un sayón que tira
del Maestro, que traspasa fronteras por su originalidad y su personal
composición escénica. La Hermandad se pierde en la Historia de los tiempos y
del propio Jerez. Un Nazareno antiguo, de los que su autoría es objetivo
codiciado en los archivos por cultos estudiosos, guía los pasos a una hermandad
consciente de lo que es, de lo que fue y de que tiene que llevar a los anales
de la historia. La estela de esta pequeña pero poderosa imagen no sólo atrapa
el sentir de sus hermanos y hermanas, sino que la ciudad, el pueblo entero,
mira de reojo con los poros del sentimiento abiertos. Su Madre y Señora es
única, rompe los efluvios tontos de las modas y pellizca el alma con esa mirada
de Madre, madre, cercana y entrañable. Están al margen de modos simples y
efímeros; ellos son lo que son porque, así lo han decidido voluntariamente. El
que llega se queda, sin cansarse, porque sabe hasta dónde ha llegado. Su
conciencia espiritual está fomentada sin fisuras. En su capilla siempre hay un
sitio, de verdad, para todos. Las poses, los falsos abrazos, las envidias, esa
iconografía esquiva del alma que tanto abunda, no están en el libro de reglas
de una Hermandad cuya trascendencia se escribe con otros renglones. En la
calle, cubren los espacios de una noche única que va dejando retazos de
historia vieja. Su estructura procesional tampoco es la habitual. Existe un
desordenado ordenamiento que se ha forjado en las bodegas del tiempo y todos
saben cuál su sitio. Un reguero penitencial se hace presente sin exuberancias
ni alharacas, sin voces impostadas y sin manifestaciones importadas. Cuando la
noche se hace Jesús Nazareno, el Jerez eterno retoma su identidad de siglos. El
tiempo pierde sus circunstancias y asume una realidad que nadie osa cambiar.
La verdadera Historia hace patente su
más íntima iconografía. Una simple túnica morada encierra el valor eterno del arte
más sublime que los tiempos han creado. Dos coronas funerarias en las caídas
del palio recuerdan eternamente lo efímero de la vida y lo poco que somos.
Sumen todo esto y añádanle lo que han oído de las voces sabias y viejas de este
pueblo con pasado grande. Estarán ante la más grande lección de Historia
popular y de íntima iconografía espiritual que se pueda escribir. Esta
madrugada la pueden volver a encontrar, sin apenas modificaciones, en una noche
que lleva el nombre indeleble de Jesús y que patrocina, además, un apellido:
Jerez.