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Transcribimos a continuación el
Informe Oficial de la Hermandad del Señor de Sevilla acerca de los tristemente
célebres sucesos de la Madrugá del año 2000. La intención no es otra que la de
alertar de este tipo de situaciones para ser capaces de reaccionar si alguna
se vuelven a repetir.
Informe Oficial
Esta hermandad había iniciado su
estación de penitencia a la Santa Iglesia Catedral saliendo exactamente su cruz
de guía a las 12:45 de la Madrugada del Viernes Santo, día 21 de abril del
presente año. La estación discurrió con absoluta normalidad hasta el momento de
producirse los hechos de todos conocidos, no obstante hay que reseñar por si
fuese de interés que en la plaza de San Lorenzo, justo en el momento de
iniciarse la salida, se produjo un conato de invasión de las sillas que esta
hermandad coloca en la plaza para recaudar limosnas con destino a la Bolsa de
Caridad, intento efectuado por parte de un grupo de personas que estaban fuera
de ellas y que fue abortado por los agentes de la Policía Nacional que se
encontraban en el lugar en aquel momento, sin que hubiera más incidencias.
Formaban la cofradía un total
aproximado de 2.450 personas, incluyendo nazarenos, costaleros y personal auxiliar
(capataces, capilleres, contraguías, aguadores, encendedores, etc.). Se
cumplieron los horarios de la carrera oficial, incluso saliendo de la Catedral
con cinco minutos de adelanto sobre el horario oficial. Como quiera que la
información meteorológica vaticinaba cierto riesgo de lluvia, creciente
conforme avanzase la Madrugada, los responsables de la marcha de la cofradía
tenían instrucciones del Hermano Mayor de acelerar dicha marcha cuanto fuese
posible, una vez quedase expedito nuestro camino. Sí hay que destacar que se
notó bastante falta de fuerza policial en la calle y que, en concreto, en la
confluencia de Arfe, García de Vinuesa y Castelar, al llegar la cruz de guía
estaban circulando coches, y que un grupo de individuos jóvenes montados en motos
pretendieron entrar a través de la cofradía subidos en dichos vehículos y en
sentido contrario al discurrir de la hermandad, impidiéndolo enérgicamente el
agente de la Policía Nacional único que prestaba su servicio en la cruz de
guía, a cuyo agente la hermandad quiere felicitar por su extraordinaria
eficacia e inmejorable disposición.
A las seis menos veinte de la
madrugada, cuando la cruz de guía se encontraba parada ante el número 46 de la
Plaza del Museo, dispuesta para entrar en la calle Alfonso XII, los nazarenos
que en ella formaban ven venir una avalancha de gentes gritando desde Alfonso
XII en dirección al Museo. Las gentes gritaban que había un hombre haciendo
disparos con una pistola, otros que había alguien con un cuchillo e incluso algunos
gritaban que se había escapado un toro. Esta avalancha no llega a afectar a la
cruz de guía, puesto que a pocos metros de ella, la mayor parte de la gente que
la formaba se para y, reacción extraña, comienza a correr justamente en sentido
contrario, es decir, por Alfonso XII en dirección hacia la Campana. En este
punto de la cofradía no se producen más incidentes.
Paso de Nuestro Padre Jesús del
Gran Poder
Sin poder precisar con exactitud
la hora de inicio de los incidentes en las inmediaciones del paso del Señor,
pero con toda seguridad en torno a las seis menos veinte, los nazarenos que
formaban cerca del paso y muchos de sus costaleros perciben en primer lugar un
sonido extraño. Todos los que lo han oído repiten una misma frase: "Tengo
metido el ruido en la cabeza". Dicho sonido se describe por algunos como
muy extraño y difícil de imitar, otros lo describen como un arrastrar de
contenedores a ritmo más lento que el de una carrera y como un sonido muy
intenso y rítmico con una cadencia más pausada que el de una carrera. En ese
primer momento no hay avalancha en el paso del Señor. Todos los testimonios
coinciden en el carácter extraño e intimidatorio de ese sonido que precede a la
avalancha y en su fuerte intensidad e incluso hay hermanos que sugieren que era
algo producido con un aparato de ultrasonido.
El paso del Señor se encontraba
en la calle Gravina, preparado para hacer el giro hacia la calle Pedro del
Toro. En ese momento se produce el sonido antes referido y no hay avalancha,
tan solo un gran desconcierto y el movimiento de las gentes que se encontraban
en las proximidades del paso. Los canastillas (diputados) de los tramos de
penitentes con cruces que iban detrás del paso del Señor reciben esta avalancha
desde la calle Canalejas, avalancha que va derribando a los penitentes, muchos
de los cuales resultan lastimados o con lesiones de consideración menor. La
confusión se hace tremenda, pero los nazarenos no abandonan su puesto,
reintegrándose en su sitio los que habían sido literalmente arrollados. Algún
nazareno que en el tumulto pierde el antifaz e incluso un penitente que resulta
con la túnica destrozada piden permiso para retirarse, puesto que en esas
condiciones no podían seguir en el cortejo. Los costaleros y nazarenos dicen
haber oído a las gentes decir que había hombres con navajas y alguno dice haber
oído que en la calle Canalejas habían sonado disparos.
Estando en esta calle, el paso
del Señor se vio envuelto en humo. No es sin duda alguna el humo de los
inciensarios, puesto que éstos estaban ya en la calle Pedro del Toro, a unos
doce o catorce metros del paso. Tanto algunos costaleros como personal que se
encontraba delante del paso afirman que habían echado algo debajo de éste desde
la parte de atrás y que llegó a salir por la parte delantera. El segundo
capiller, Don Miguel Martín Fernández, afirma haber oído una especie de
estallido sordo -no el estallido fuerte de un cohete, sino algo más apagado,
algo así (onomatopéyicamente) como un ¡Paft! e inmediatamente apareció el humo.
Hay un detalle que queremos hacer
constar con la salvedad de que no podemos probarlo, pero en la calle Gravina,
un nazareno portando cirio apagado color tiniebla (amarillo), procedente del
cuerpo de nazarenos del Señor se acerca andando a mucha velocidad y haciendo un
escorzo pasa por la presidencia del paso entre el teniente de Hermano Mayor y
el nazareno que estaba a su derecha que era Don Antonio Ríos Ramos. Este
nazareno habla con otro miembro de la presidencia (Don Manuel Bohórquez) y le
dice escuetamente: "En el Duque hay tiros". Y sigue inmediatamente su
camino. Don Manuel Bohórquez identifica a este hermano como uno de los enlaces
de la cofradía, pero ese enlace aparece por la presidencia, procedente de la
cruz de guía un cuarto de hora después y, además, como todos los enlaces, no
portaba cirio amarillo. Nos crea la duda de que se trate de un posible
infiltrado, pero no tenemos forma de comprobarlo, ni de asegurarlo.
Se restablece precariamente la
calma y el paso del Señor entra en la calle Pedro del Toro y, una vez dentro de
esta calle, recibe una avalancha que procedía del tramo de Pedro del Toro o
Marqués de Parada. Esta segunda avalancha es más intimidante. Los costaleros en
general y los nazarenos cercanos al paso afirman que el suelo vibraba como si
por debajo pasara un tren; los propios costaleros afirman que el paso tembló y
ellos decidieron sentarse en las zambranas y sujetarse a las trabajadoras en
una intención de inmovilizar el paso. El capataz, Don Rafael Ariza, recibe un
golpe en un ojo y el desconcierto es tal que algunos costaleros preguntaban:
"¿Dónde está el Señor?".
El teniente de Hermano Mayor, Don
José León-Castro Alonso, se adelanta en busca de un enlace que comunique a la
cruz de guía lo que está pasando para que acelere la marcha. Al llegar a la
altura de la puerta principal del Museo se cruza ante él un individuo de
estatura mediana, edad intermedia, no mal encarado, con pelo negro rizado y
vistiendo una cazadora de cuero negro muy cruzada que le dice: "Ándese con
cuidado porque hay pistolas". Y rápidamente desaparece. El Sr. León-Castro
afirma poder reconocer a este individuo si lo viese. Gracias a que a pesar del
desconcierto ni los nazarenos, ni los costaleros abandonan sus puestos, se
reinicia de inmediato la marcha de la cofradía que en la calle Miguel de
Carvajal recibe una nueva avalancha, menor que la anterior. Después de esta
avalancha ya no se produce ningún incidente más en este paso que continúa hasta
la Basílica, en la que entra con un cuarto de hora de adelanto sobre su horario
oficial, ya que se dieron las órdenes oportunas para quitar la cofradía de la
calle lo antes que fuese posible, dadas las circunstancias.
Paso de la Santísima Virgen
Sin poder tampoco precisar con
absoluta fijeza la hora, pero en torno a las seis menos veinte de la madrugada,
el paso de la Santísima Virgen del Mayor Dolor y Traspaso se encontraba dentro
de la calle Zaragoza a escasos metros de la salida de dicha calle con la calle
San Pablo, concretamente delante de una perfumería, y más exactamente delante
de un escaparate de la misma en cuya parte superior hay un rótulo: Aromas. Ya
en el cruce de la calle se encuentran ciriales y acólitos y por delante de
éstos, más en el cruce, la presidencia y antepresidencia del paso y el último
tramo de nazarenos con cirios.
En ese momento se oye un gran
griterío que procede de la plaza en la que se encuentra la Parroquia de la
Magdalena y se siente un ruido que al que suscribe le pareció en un primer
instante como si se derrumbase una casa, pero inmediatamente se constata que es
el ruido de una gran masa de personas corriendo en dirección adonde se
encontraba la cofradía. La masa de personas, muy numerosa, que se encontraban
el cruce de San Pablo, mira hacia atrás, y cuando ve la muchedumbre que corre
hacia ellos estalla en un grito de auténtico pavor y se lanza repentinamente y
en masa a correr en dirección a la calle Reyes Católicos. Esta muchedumbre
arrasa cuanto encuentra a su paso de tal manera que los pocos que no son
derribados no se explican cómo pudieron mantenerse en pie. La gente gritaba que
había hombres con pistolas disparando. El ímpetu y proporciones de esta
avalancha es tal que si el paso de la Virgen hubiese estado en mitad del cruce
de San Pablo, no cabe la menor duda de que hubiese sido volcado por la
multitud.
Lo primero que se hizo fue
proteger a los servidores y monaguillos que iban ante el paso, arrimándolos al
único sitio que teníamos a mano algo más protegido, es decir, a la propia
delantera del paso. A pesar de este intento, la multitud se lleva por delante a
un servidor de once años al que empujan hacia Zaragoza, en donde unos jóvenes
pertenecientes a la Hermandad del Baratillo lo recogen, llevándolo a dicha
hermandad y desde la que se pusieron en contacto con la familia del niño,
pasando su padre a recogerlo. Junto a esta avalancha en sentido transversal a
la cofradía y al mismo tiempo, el paso de Virgen recibe otra avalancha por
detrás, procedente de la calle Zaragoza que no llega hasta el paso, pero que
derriba a numerosos penitentes de cruces del paso de Virgen. El efecto es tal
que el niño antes aludido manifiesta que, mientras era arrastrado hacia
Zaragoza vio cómo pisaba sin querer la cabeza de uno de estos penitentes.
Alguno de ellos pierde incluso la cruz y el antifaz en el tumulto.
En esos momentos un miembro de la
presidencia y el Hermano Mayor, junto con uno de los policías que iban ante el
paso, dan voces y hacen gestos de calma a las gentes que, inesperadamente, los
reciben calmándose algo, como si estuviesen deseosos de que alguien los llamase
al sosiego. Los nazarenos desplazados se reincorporan a sus puestos, algunos no
sin grandes dificultades, pues habían sido desplazados hasta la calle Julio
César y en poco tiempo se hace una relativa y tensa calma en la que todos están
aterrados y expectantes. En ese momento, el Hermano Mayor da orden de atravesar
lo más rápidamente posible el cruce de San Pablo, lo que es posible efectuar
sólo gracias a que, a pesar del enorme desconcierto, ninguno de los costaleros
y capataces del paso de la Virgen abandona su puesto.
Al llegar a la esquina de Gravina
con San Pablo, lugar en el que había previsto un relevo de costaleros y antes
de que el paso se pudiese introducir en la calle Gravina en el espacio que se
había hecho indicando a los hermanos que apagasen los cirios y desbaratasen las
filas para hacer sitio al paso y sus penitentes, se produce una segunda
avalancha que coge a estos penitentes en pleno cruce con los efectos
consiguientes.
A consecuencia de todos estos
incidentes, hay hermanos lesionados en número no conocido, aunque sí sabemos de
un hermano con una brecha en la frente, otro con un brazo roto y otro al que
han tenido que intervenir en un pie por arrancamiento de uña. Afortunadamente,
lesiones ínfimas para lo que hubiese podido ocurrir. Se han producido como
desperfectos materiales la rotura de nueve cruces penitenciales y desperfectos
en un cirial del paso de Virgen. La primera avalancha no afecta al penúltimo
tramo de cirios de la Virgen, que se veía formado dentro de la calle Gravina.
Una vez dentro de dicha calle hay una tercera avalancha más pequeña, tras de la
cual se continúa la marcha sin solución de continuidad y sin más incidentes.
Conclusiones
Tras esta experiencia tan
negativa como inolvidable, el sentimiento que nos deja, aparte de la evidente y
preocupante vulnerabilidad de nuestra Semana Santa, es el que podemos resumir
en los siguientes puntos:
1º. Que lo ocurrido fue fruto de
una táctica pensada y organizada.
2º. Que las avalanchas producida
en el paso de la Santísima Virgen desde la calle San Pablo y Plaza de la
Magdalena hacia Reyes Católicos, es efecto de lo provocado en otro punto y
encauzado hacia el cruce de la calle San Pablo, así como la avalancha que llega
y no afecta a la cruz de guía es efecto de lo provocado en la Plaza del Duque y
entrada de la cofradía del Silencio.
3º. Que, por el contrario, lo
producido en el paso del Señor y la avalancha que sufre el paso de Virgen desde
el interior de la calle Zaragoza hacia San Pablo son intentos de provocación de
nuevos focos que, por la apreciación que podemos hacer desde dentro de la
cofradía, no llegó a tener mayores repercusiones, entre otras posibles
circunstancias, gracias a la serenidad y disciplina que mostraron en todo
momento los propios nazarenos y costaleros e integrantes en general de nuestra
cofradía.