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La Virgen de los Reyes, fiel a la
tradición, salió a la calle al filo de las 8 de la mañana, con el sonido de las
campanas de la Giralda como telón de fondo, fusionadas con el órgano
catedralicio.
La Virgen lucía el manto de
Castillos y Leones donado por Isabel II. Quizás, el que va más en consonancia
con el conjunto, por la tonalidad, y por el propio paso pues tanto la tumbilla
como la peana de la Virgen repiten estos dos elementos del escudo castellano.
Cuatro grandes esquinas
compuestas por 1.100 varillas de nardos, entremezclados con blancos claveles,
perfumaban el paso de la Virgen cuyo rostro se iluminó, por primera vez, en la
Punta del Diamante.
La procesión discurre con la
aparente normalidad de siempre. Las vallas se extienden a lo largo de todo el
recorrido. Otros años, sólo se hacían visibles en algunos tramos. Hay quien
prefiere que no haya más elementos entre la Virgen y el público que las
oraciones. Entre los socios, no cesan comentarios en torno a la indumentaria de
algunos gráficos.
No les falta razón. Estar dentro
del cortejo, aunque sea trabajando, merece cumplir con ciertos patrones
estéticos y el bañador es poco o nada aceptable. Otra cosa son los huéspedes de
los hoteles de Alemanes, que salen con cara de dormidos a sus balcones y
envueltos en mantas de franela, como si de una procesión de Moscú se tratara.
El paso, comandado por Manuel
Bejarano y su equipo estuvo una hora y treinta dos minutos en la calle. Las
“levantás”, como es costumbre, a pulso aliviado.
A la Virgen le acompaña un
silencio maestrante sin albero. Se rompe, sólo, con los motetes y cánticos de
la asociación de antiguos alumnos de la Escolanía Virgen de los Reyes, los
sonidos militares que la acompañan o los aplausos. El más emotivo, cuando la
Virgen , en la tercera y última de sus “posas” se volvió junto al magnolio y
miró a una Avenida de la Constitución repleta de público.
Los que saben de estas cosas
dicen que, este año, se ha notado el incremento de asistentes a la procesión.
Quizás, la crisis ha dejado a muchos sevillanos sin el piso de la playa o sin
el todo incluído de Torremolinos y son más los que, en estos días de agosto, se
han quedado en la ciudad.
La Banda Municipal abría un
cortejo en el que figuraban los miembros de la asociación de fieles, el Consejo
de Cofradías y la Sacramental del Sagrario. Se dejaron ver menos canónigos que
otros años, sacerdortes, acólitos, la Real Maestranza de Caballería y un
séquito a modo de diputados que estrenaban, uniformados, corbata azul Hiniesta.
Tras el paso de la Virgen, el
Arzobispo Monseños Juan José Asenjo, acompañado del obispo auxiliar, Santiago
Gómez Sierra y el Vicario General de la Archidiócesis, Teodoro León.
Presidía la comitiva de
autoridades civiles la subdelegada del gobierno, Felisa Panadero,
representación de la corporación provincial. Tras ella, más de una veintena de
miembros de la corporación municipal encabezada por el alcalde de Sevilla, Juan
Ignacio Zoido, y la compañía de honores del ejército, con su banda de música.
A eso de las 9:32 minutos entraba
la Virgen a la Catedral, mirando a los fieles, entre los cuales, había algunos
postrados en las vallas municipales desde la 1:00 de la mañana. Tras la
procesión, bares llenos. “¡Habrá algo menos sevillano que un bar cerrado el 15
de agosto!”, dice un comensal buscando, como loco, una mesa libre. Si eso
ocurre, siempre nos quedarán los calientes del Postigo.